Poética. Notas.

Cómo narrar.
La primera persona es una máscara. Más sicológica, menos real, un accesorio.
Un relato (finito), el único que roza lo real, es escéptico. Se da como la arcaica diégesis en el ejercicio de la skêpsis. Sin adjetivo, sin explicación, sin causas; sin continuidad: neutraliza cualquier idéa, cualquier dógma.
Tampoco se trata de una simple tercera persona. "X sale y habla con Y...". Hay una distancia y una perspicacia que resultan vertiginosas. "Un X sale, habla; un Y lo oye, sin mirarlo...".
Sólo un imbécil se lamenta: "si tan sólo hubiera dios, y si hubiera la mirada de dios...".
El relato es una traducción, lo traducido de la mirada de dios.
La mirada de dios no es omnisciente. Sólo el hombre pretende saber, lo divino recoge y deja pasar. No se apega a algo. Da un testimonio, algo que sucede a su mirada.
En el origen, cuestión de un instante, de una especie de opertura, de foco, de reflector, de parpadeo: dios se habría extasiado en su sueño vigilante. En el principio, proyectó su mirada... Sólo eso.
No hay mal. No hay bien. No hay por qué dar esperanza.
No hay por qué odiar el odio.
No es dable procurar enseñar. Intentar explicar. Todo eso está de más.
Un mito sin saber, una leyenda sin moral, una historia sin protagonistas. Eso es el relato sin metafísica.
La mirada de dios está absorta, paralizada, mientras observa, aunque sin sorprenderse por nada.
Deja hacer.
Qué rechazaría dios, qué podría temer.
Jugar a traducir esa mirada en el lenguaje patético de los humanos.
Una mirada que aún no vuelve atrás, que no desespera.
Un relato sin sicología, sin un criterio extrínseco de justicia. Donde incluso la ironía se neutraliza.
Los referentes: Sextus, el observador; otros: Coetzee; Quignard.
La poética, sin embargo, tendrá algo en cuenta.
Los humanos somos bestias patéticas.
No soportamos el tedio, del cual abreva todo lo que no es, en nosotros, miedo (que es tan poco).
Algo exigen los humanos del relato.
Que el narrador les produzca goce y diversión.
Ser divertido. Habrá que seguir la corriente.
No es posible empujar una balsa al rápido, a la pendiente, remando hacia las aguas tranquilas, en dirección opuesta a los torrentes naturales (que caen).
A quien quiera sentir que flota sobre el mundo.
Habrá que convertirlo en ángel: hacerlo volar por los aires y caparlo...

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