Revelación en el silencio de Ignacio

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El vértigo de sentir que me exiliaba de mi imagen ante el espejo.
El vértigo de sentir brotar desde mis ojos un llanto amargo que me es ajeno,
tal como son ajenas aquellas lágrimas que emergen desde los huecos oculares
en las imágenes de antiguos mártires.
Ídolos sin esperanza, en una oscura capilla de pueblo.
Sentir en propia carne el testimonio de toda la soledad de dios.
Ante el espejo.
Repliqué al extraño en que me convertí:
-La soledad no te obliga a estar solo, sino a ser único.-
Toda mi nostalgia estalló dentro de mí. Fue solo entonces que hablé:
-No te define tu nombre, sino tu grado de desconsuelo.-

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