Desde Magdalena


Eva cuenta a Magdalena: en el relato: su palabra, una gota de ponzoña fría, capaz de calentar la sangre del cuerpo en que se adentra (el de Lena).

Magdalena absorbe en los machos, los vacía, los marca, los descarna.
Cada uno, un Shahriar presa de horror.

Magdalena. Enfrenta el dolor, la fantasía, el miedo. ¿Cómo hacer tremblar a quien ya no teme?

Entre Eva y Magdalena se revela la fuerza que redunda en el mal, es la de los conquistadores: celo, agresión, envidia, la vía insolidaria (el hamártema de Caín respecto a su espejo, Abel).
Ante Eva, la posición es la de Antígona (enfrentará a Kréon).
Ante Jesús, la posición de Magdalena.
Ante los machos, Eva es Lena, Justine, Mertueil.

Magdalena se desliza, repta, como las sierpes.
Muda la piel. Envenena, muerde, engulle. Vomita.
La sierpe ante los cazadores de sirenas.
¿Qué encanta de la sirena? ¿Su halago, el que canta, o su silencio, buscando auxilio (amparo)?
Y si la sirena llora...
También hay lágrimas que engañan.
Como perras que cojean.

Magdalena es la que juega a ser raptada, y que rapta; la que juega a ser conquistada, y encanta; la que juega a ser comida, y engulle. La que juega a ser vejada y deja al cazador hecho un guiñapo; humilla, descuera, marca, hiere, abandona.
Quizá guarda anillos, sotijas de casados, como la esposa del genio.

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